Un detalle de temporada, que os animo a preparar, antes de que se extinga su fruto interior.
No tengo fotos, no daré cantidades, ni publicitaré marcas. La
gastronomía sólo es válida para los valientes amantes de lo efímero y lo
esencial.
Necesitaréis unos buenos higos, como los que vuestro suertudo
servidor, recoge directamente de la higuera de sus abuelos. Han de estar
maduros, pero sin pasarse y habéis de pelarlos cuidadosamente,
despojándolos de su pedúnculo y arrancando su piel de arriba hacia
abajo.
Una vez desnudos, los espolvoreáis con canela y rociáis con unas gotas de brandy -si hay niños, dobláis la cantidad, y así también os tranquilizáis un poco-. Esto ha de reposar en frío una media hora.
Entre tanto podéis fundir el chocolate; una media tableta del 70% para unos 10 higos, en un recipiente al baño maría con una avellana de mantequilla. Luego rebozaréis los higos, haciéndolos rodar por ese delicioso baño.
A mi, que soy más raro que un perro verde, me gusta coronar los
bombones, una vez colocados en una bandeja amplia, con unas pizcas de
piel de pimienta rosa y unas escamitas de sal Maldon -a lo Pepe Vieira-.
Una vez reposados durante al menos un par de horas en el frigorífico,
tendréis un exquisito detalle dulce para finalizar vuestras comidas. Al
tercer, incluso cuarto día, están más ricos que recién hechos.
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